LA PROFECÍA DEL ORÁCULO AL REY
El rey Acrisio reinaba en
Argos. Hace de ello muchos, muchos años. Como no tenía ningún hijo varón, sino
una sola hija llamada Danae, consultó el oráculo sobre lo que debía hacer para
tener descendencia masculina. El oráculo le respondió: «No esperes ya ningún
hijo más, pero un nieto te matará y
preso de pánico por su vida y su reino, encerró a su hija Danae en una sólida estancia subterránea
construida de piedra.
Pero el más poderoso de los dioses, Zeus, bajó a la Tierra
en forma de una niebla de oro y llegó hasta ella. Danae recogió aquella fina
lluvia de oro con su manto, y de ella
apareció el dios supremo que se posó con ella. De esta unión con Zeus nació un
niño, ,que ella llamó Perseo. Pero un buen día, el rey Acrisio escuchó la
vocecita un niño que estaba jugando. Ordenó que abriesen inmediatamente aquella
estancia, hasta entonces siempre cerrada, y que madre e hijo compareciesen ante
él.
Acrisio no podía dar crédito a lo que su hija decía, que el
padre del niño era el propio Zeus. Temiendo constantemente que se cumpliese el
oráculo, encerró esta vez a madre e hijo en un gran arcón de madera, ordenando
seguidamente que fuese arrojado al mar. La gran caja de madera flotó y navegó a
la deriva, sin rumbo fijo, era un juguete de las olas. La madre, temerosa y con
lágrimas en los ojos, abrazaba con fuerza a su querido y desamparado hijo,
mientras sollozaba.
EL ABANDONO DE PERSEO
En qué desamparo te encuentras, querido
hijo, sin que sepas lo que te ocurre. Tú duermes aún el tranquilo sueño de un
niño de pecho y apoyas tranquilamente tu querida carita contra mi cuerpo.
Duerme, duerme mi niño, sigue durmiendo. Y tú, Zeus, padre de esta criatura,
procura salvarnos, aparta de nosotros esta desgracia, al menos de nuestro hijo.
Azotada por el viento y el oleaje, la caja prosiguió su viaje a la deriva hasta
llegar cerca de una playa de la isla de Serifos, donde el pescador Dictis
ordenaba precisamente sus redes. Éste lanzó inmediatamente una gran red al agua
y pescó la gran caja de madera.
La arrastró fuera del agua, mientras las olas, con sus
crestas de blanca espuma, seguían golpeando la caja. Danae, al principio, se
asustó, pero el niño Perseo obsequió al pescador con su risa, contagiosa y
sincera, una demostración de su ascendencia divina. Pero en la isla de Serifos
gobernaba como rey Polidectes, hermano gemelo de Dictis. Unos hermanos
desiguales, el uno era muy bondadoso, poseía un collar de oro; el otro, el rey,
era tenebroso y malévolo.
SU IMPOSIBLE MISIÓN
Sin dudar, acogió a los dos náufragos y
crió al pequeño Perseo en su palacio. Tanto la madre como el hijo eran buenos
para realizar todos los trabajos que les ordenaba, sin olvidar que Polidectes
se había enamorado de Danae. De esta forma fueron transcurriendo los años.
Perseo se había convertido en un esbelto y robusto joven. Y el rey seguía con
una idea fija en su cabeza: quería casarse con Danae. Pero como que tanto ella
como su hijo Perseo estaban en contra de estos esponsales, el señor de la isla
no tuvo más salida que engañar a Perseo, ordenándole que fuese en busca de la
cabeza de la terrible Gorgona Medusa. Perseo ignoraba que las tres Gorgonas:
Esteno, Euriale y Medusa, eran unos monstruos terroríficos; poseían alas, unos
dientes poderosos y en la cabeza serpientes en lugar de cabellos. Su mirada era
tan terrible y espantosa que aquel que las contemplaba quedaba inmediatamente
petrificado.
Excepto Medusa, las otras dos eran inmortales y vivían en el
límite más lejano del mundo, alejadas de todo, en los insondables abismos de
noche y de la muerte. Por este motivo, Polidectes estaba convencido de que
Perseo no sobreviviría jamás a esa misión. Pero Perseo, hijo de Zeus, era muy
amado y muy valioso para los dioses, y Zeus había escuchado en sufrimiento las
insistentes súplicas de la madre, mientras a la deriva en alta mar, y no las
había olvidado. El joven de corazón
valiente, emprendió el largo viaje para enfrentarse a las aventuras que le
esperaban. Llegó al lugar donde moraban las hermanas de las Gorgonas, que
habían nacido como mujeres muy ancianas; eran las guardianas de las Gorgonas y
sólo ellas conocían el camino que conducía hasta ellas.
El valeroso joven les robó el diente y el ojo -las tres sólo
poseían un único ojo que utilizaban alternativamente-, que sólo devolvió cuando
le indicaron el camino que debía seguir. Pero el camino le conducía primero a
las ninfas y éstas entregaron tres objetos a Perseo, con los que podría cumplir
su misión: unos zapatos con alas, con los que podía volar por los aires, una
bolsa mágica para la cabeza de la Gorgona, y un yelmo que lo haría invisible.
LA LUCHA CONTRA LAS GORGONAS
Tan pronto se lo colocaba, era
invisible para todos. La diosa Atenea le entregó además un espejo metálico
intensamente brillante. Perseo se sujetó los zapatos alados y dejó que el
viento lo transportase hasta el fin del mundo, allí donde habitaban los
monstruos con las serpientes en la cabeza. las montañas eran allí altísimas,
tanto que parecían acariciar el cielo, y Perseo divisó unas figuras
petrificadas que permanecían inmóviles en medio de aquel paraje: un león que
huía, que parecía mirar al vacío con sus fauces abiertas, una persona ésta
también en plena huida, también convertida en piedra.
A la izquierda y derecha del camino había animales, personas
jóvenes y adultas, niños, como cincelados por un escultor que pretendiese
representar el pavor. Todos ellos habían sido las inocentes víctimas de las
Gorgonas; con sólo mirarlas habían quedado petrificadas. Perseo se aproximó
cautelosamente, internándose más y más en las profundidades de una cueva; por
precaución sujetó bien delante de su rostro el espejo que Atenea le habla
entregado, porque sólo reflejada en el espejo podía mirar a Medusa si no deseaba,
también él, verse convertido en piedra. Percibió desde lejos una voz ronca y
luego los silbidos de los colúbridos; esperó hasta que llegase la noche y las
Gorgonas se hubiesen dormido; luego, con suma cautela, se aproximó cada vez más
a ellas hasta descubrir en el espejo la imagen de la Medusa. Desenvainé
rápidamente su espada y con un fuerte
golpe le separó la cabeza del tronco la cabeza rodó por el suelo. Su rostro,
convenido en una horrenda caricatura, miraba fijamente al vacío. Pero de la
sangre que broté del tronco de la Gorgona surgió, envuelto en tempestuosas
nubes, el caballo alado Pegaso.
El héroe introdujo la cabeza de la Medusa en la bolsa
mágica. Pero apenas había finalizado su trabajo cuando las otras dos Gorgonas,
sus hermanas inmortales, se despertaron y desearon vengar inmediatamente la
muerte de su hermana. Perseo se cubrió rápidamente con el yelmo mágico, ahora
era invisible para aquellos dos monstruos. Con sus zapatos alados ascendió y
emprendió el vuelo; de esta forma consiguió salvarse de aquellos malignos y
vengativos espíritus, las tormentosas ráfagas de viento zarandeaban a Perseo en
el aire, de forma que al llegar la noche decidió pisar nuevamente tierra. Pero
había descendido en el territorio del poderoso gigante Atlas. Éste poseía
numerosos rebaños de ganado y grandes huertos en los que crecía un árbol con
ramas de oro, hojas de oro y manzanas de oro. Perseo había confiado que el
gigante lo acogería bien, ofreciéndole la hospitalidad deseada, pero el gigante
estaba terriblemente enojado, deseaba darle muerte porque, según un oráculo,
sólo había venido para robarle su oro. Perseo extrajo entonces de su bolsa
mágica la cabeza de la Medusa y se la mostró al gigante. Atlas quedó
inmediatamente petrificado convertido en una gigantesca montaña de piedra.
PERSEO SALVA Y SE
ENAMORA DE ANDRÓMEDA
A la mañana siguiente y con el viento en calma, el héroe
ascendió de nuevo hacia el cielo y voló por encima de muchos países y montañas
hasta llegar al país de Cefeo, en la lejana Etiopía. A los pies de un altísimo
acantilado rocoso pudo ver a una hermosa muchacha encadenada a las rocas. De no
ser por el viento que agitaba suavemente sus trenzas, habría podido creer que
se trataba de la preciosa obra maestra de un gran escultor. Su corazón empezó a
palpitar con fuerza, el héroe se había enamorado apasionadamente. Descendió
entonces hasta casi pisar la tierra, diciéndole a la preciosa muchacha: «Quién
eres tú? ¿Qué trágico destino quiere que permanezcas encadenada?
La bella prisionera lloraba Y sollozaba, pero finalmente
confió en el joven Y relató al héroe su infortunio: «Me llamo Andrómeda Y soy
la hija del rey de este país. Mi madre se pavonea y afirma que es más hermosa
que todas las ninfas. Por este motivo, Poseidón, el dios de los mares y
protector de las ninfas, se enfureció terriblemente, tanto que produjo una
gigantesca marea y envió además un terrible monstruo marino pata que nos
destruyese a todos. Según el oráculo, mi padre me ha encadenado en este lugar
para que sirva de comida al monstruo, sólo así podrá salvarse mi país.
Mientras pronunciaba estas palabras el suave ritmo de las
olas fue transformándose paulatinamente en un salvaje fragor, las olas se
encrespaban cada vez más para, al golpearse unas contra otras, partiéndose en
dos. De repente, del fondo de los mares surgió un monstruo horrendo. Era tan
gigantesco que con su cuerpo cubría toda la superficie del mar. i-iormrii.:idos
por los gritos desesperados de la doncella, sus p:tIwn acudieron inmediatamente
con el ánimo de salvarla, pero resultaba imposible prestarle ayuda.
Sin embargo, Perseo se propuso salvar a la bella muchacha,
siempre y cuando sus padres se la concediesen como esposa. Los padres aceptaron
la proposición, además de pro-meterle un reino. El monstruo se había ido
aproximando cada vez más a la costa, quería su víctima. Pero Perseo, gracias a
sus zapatos alados, ascendió, rápido como una saeta, hacia las nubes; el
monstruo sólo podía ver ahora su sombra reflejada sobre la superficie del agua
y con rabia, echando espuma por la boca, se arrojó sobre la sombra. Mas Perseo
descendió ahora vertiginosamente, sentándose sobre la espalda del terrible
monstruo, que seguía vociferando con verdadera furia. Perseo sujetó con fuerza
su cabeza, que tan pronto extraía del mar como la sumergía de nuevo en las
oscuras olas. El monstruo intentaba morder a Perseo, pero el héroe desenvainó
su espada y la introdujo más y más en el escamoso cuerpo del monstruo, hasta
que éste se desangró y se hundió hasta lo más profundo del mar.
PERSEO ESPOSA A ANDRÓMEDA
El héroe fue recibido entonces en
la playa con grandes demostraciones de júbilo, además de ser acogido y saludado
con gran alegría por los padres de Andrómeda; le habían prometido que sería su
yerno. Inmediatamente después se celebraron los esponsales. Pero no se habían
cumplido aún todas las desventuras y aventuras del héroe. Fineo, hermano del
rey Cefeo, interrumpió furiosamente la fiesta de la boda; exigía que Andrómeda
fuese su esposa, a él le había sido prometida. Pero Perseo no podía imponerse a
las salvajes acometidas de las bandas criminales de su rival que, asesinando,
irrumpieron violentamente en la fiesta.
El héroe regresó entonces a la playa. Fue a buscar la cabeza
de la Medusa. Regresó a la sangrienta fiesta y dijo a todos los presentes que
quien fuese aún su amigo ocultase inmediatamente su rostro. Quienes no lo
hicieran se convertirían inmediatamente en piedra tan pronto contemplasen la
faz de la Gorgona. Sólo Fineo logró sobrevivir, e imploró al héroe que le perdonase
la vida. Pero Perseo le respondió: «No temas, yo no te mataré con mi arma, pero
sí deseo que seas eterno», y le mostró la cabeza de la Medusa. Los aún
suplicantes brazos de Fineo, las lágrimas que brotaban de sus ojos, todo quedó
petrificado, allí sólo quedó la solidificada, la pétrea imagen del que
suplicaba.
EL REGRESO A SU ISLA NATAL JUNTO A SU MADRE
Poco tiempo
después, Perseo y su joven esposa regresaron a la isla de Serifos, donde su
madre, que no había dejado de sollozar, seguía esperándolo en el templo;
Polidectes pretendía, una y otra vez, aunque siempre en vano, que fuese su
esposa, aunque fuera por la fuerza. Pero el héroe vengador le mostró a
Polidectes la cabeza de la Medusa y el rey quedó inmediatamente petrificado.
Perseo entregó el reino al pescador Dictis, hermano del rey,
por haber cuidado y atendido en todo instante a su querida madre. Devolvió a
Hermes los zapatos alados y el saco mágico, y a Atenea le regaló la cabeza de
la Medusa. Después de cumplir con estas obligaciones, Perseo, junto con su
esposa y su madre emprendió el camino hacia el lugar del que hacia tantos años
habían partido: a Argos, donde aún gobernaba el rey Acrisio, su abuelo. No se
había cumplido aún el oráculo del destino. Por temor al viejo oráculo, Acrisio
huyó del país y cedió el trono a su nieto.
PERSEO MATA A SU PADRE
Pero en cierta ocasión, Perseo llegó
al país al que su abuelo había huido, El héroe había sido invitado a unos
solemnes funerales, participando luego en una competición deportiva. Al lanzar
el disco, éste, mal dirigido por el viento, golpeó con fuerza al abuelo y lo
mató. De esta forma se cumplía el destino predicho por e] oráculo. Perseo
sepultó con toda solemnidad a su abuelo y como vacilaba en aceptar la herencia
del abuelo, por él involuntariamente asesinado, entregó el reino a un familiar
suyo; mas este familiar, a cambio, le hizo nuevamente entrega de todo su reino.
ULISES Y LAS SIRENAS
La diosa, antes de dejarle partir, le adelanta algunas de las aventuras
que va a vivir en los días siguientes. La primera de ellas será el encuentro
con las sirenas.
Una vez que nació, Pegaso fue al Olimpo, donde se puso a las órdenes de
Zeus, al llevarle el rayo.
LA LEYENDA DE EDIPO
LA LEYENDA DE ORFEO Y EURÍDICE
Cuentan que cuando Orfeo tocaba no sólo los hombres, animales y dioses
se quedaban embelesados escuchándole, sino que incluso la Madre Naturaleza detenía su fluir para disfrutar de sus notas,
y que así, los ríos, plantas y hasta las rocas escuchaban a Orfeo y sentían la
música en su interior, animando su esencia.Más de una vez este mágico don le ayudó en sus viajes, como cuando
acompañó a los Argonautas y su canto pudo liberarles de las Sirenas, o pudo
dormir al dragón guardián del vellocino de oro. Pero eso es otra historia y
debe ser contada en otra ocasión...
Además de músico y poeta, Orfeo fue un viajero ansioso por conocer, por
aprender... estuvo en Egipto y aprendió de sus sacerdotes los cultos a Isis y
Osiris, y se empapó de distintas creencias y tradiciones. Fue un sabio de su
tiempo.Con tantas cualidades, no era de extrañar que las mujeres le admiraran
y que tuviera no pocas pretendientes. Eran muchas las que soñaban con yacer
junto a él y ser despertadas con una dulce melodía de su lira al amanecer.
Muchas que querían compartir su sabiduría, su curiosidad, su vitalidad.Pero sólo una de ellas llamó la atención de nuestro héroe, y no fue
otra que Eurídice, quien seguramente no era tan atrevida como otras y puede que
tampoco tan hermosa... pero el amor es así, caprichoso e inesperado, y desde
que la vio, la imagen de su tierna sonrisa, de su mirada brillante y
transparente, se repetían en la mente de Orfeo, que no dudó en casarse con
ella. Zeus, reconociendo el valor que había demostrado en muchas de sus
aventuras, le otorgó la mano de su ninfa, y vivieron juntos muy felices,
disfrutando de un amor que se dice que fue único, tierno y apasionado como
ninguno.Orfeo va al mismo infierno a buscar a Eurídice.Pero no hay felicidad eterna, pues si la hubiera, acabaríamos olvidando
la tristeza, y la felicidad perdería su
sentido... y también en esta ocasión sobrevino la tragedia.Quiso el destino que el pastor Aristeo quedara también prendado de
Eurídice, y que un día en que ésta paseaba por sus campos, el pastor olvidara
todo respeto atacándola para hacerla suya. Nuestra ninfa corrió para escaparse,
con tan mala fortuna que en la carrera una serpiente venenosa mordió su pie,
inoculándole el veneno y haciendo que cayera muerta sobre la hierba.No hubo lágrimas suficientes para consolar el dolor de Orfeo, y una
noche de las muchas que pasó en vela llorando a su amada, decidió que si hacía
falta, descendería él mismo a los infiernos de Hades para reclamar a Eurídice.Fue un viaje duro, tuvo que enfrentarse al guardián de las puertas de
los Infiernos, Kancerbero, quien a punto estuvo de atacar pero que finalmente
respondió a la música de Orfeo como otros tantos animales habían hecho
anteriormente. Así fue como nuestro músico se internó en el submundo, sin cesar
de tocar y de cantar su tristeza.
Cuentan que el mismo Hades se detuvo a escucharle, que las torturas se
interrumpieron, que todos encontraron un momento de paz en la visita de Orfeo.Orfeo intentando retener a Eurídice que se esfuma.Sísifo, condenado a subir una piedra hasta la cumbre de la montaña una
y otra vez, detuvo su marcha; los buitres que torturaban a Prometeo desgarrando
sus entrañas se posaron en el suelo y Tántalo, quien jamás podría saciar su hambre
o su sed, rompió a llorar olvidando sus necesidades.
Y los Señores del Infierno, Hades y Perséfone, quedaron conmovidos por
la belleza del canto de Orfeo.Así, decidieron devolver a la vida terrenal a Eurídice, con la
condición de que ésta caminase detrás de Orfeo en el viaje de vuelta al mundo
de los vivos, y que éste no mirase atrás ni una sola vez hasta que no
estuvieran en la superficie. Y ambos emprendieron la marcha.El viaje fue difícil, lleno de penurias. Si la bajada al Hades había
costado, el ascenso fue aún peor. Eurídice seguía herida y débil, y las sombras
se cernían sobre ellos amenazadoras, el frío se colaba en sus huesos, los
tropiezos eran cada vez más frecuentes. A punto ya de llegar a la salida,
cuando los primeros rayos de luz traspasaron las sombras, Eurídice dejó escapar
un suspiro aliviada, y Orfeo olvidó la orden de Hades y miró hacia atrás por un instante.Entonces su amada empezó a desvanecerse, pues la condición impuesta
había sido violada, y aunque Orfeo se lanzó sobre ella en un abrazo que la
retuviera, no fue más que aire lo que estrechó entre sus brazos.Orfeo intentó entonces descender de nuevo al Hades, pero Caronte, el
barquero de la laguna Estigia, le negó la entrada, y ambos apenas pudieron
despedirse con una mirada a través de las aguas. Y aunque esperó Orfeo siete
días con sus siete noches en el margen del lago, acabó viendo que era demasiado
tarde para enmendar su error, y marchó a vagabundear por los desiertos, sin
apenas probar bocado, acompañado sólo por su lira y su música.







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